Fui a ver el trazado de mi primera obra, disfrazada, porque un amigo me tuvo que prestar su cortaviento, para evitar mojarme tanto entré a la instalación de faenas, y ahí estaban, hermosos: mis planos pegados en la pared. Ya solo con eso me hubiera devuelto feliz. Una vez realizada la inspección, la lluvia había aminorado, nos devolvimos caminando, y un chanchito se cruzó en nuestro camino. Se rieron de mí. Pero la verdad es que me emocione.
Un almuerzo con mis amigas y un buen trago en la noche lograron rápidamente apagar cualquier mala noticia.
En Valdivia, un excelente almuerzo de crudos en el Kunstmann y muchas risas, me quitaron todas las ganas de trabajar, pero al final da lo mismo, si una vez que sales de la oficina te espera una tormenta de viento y la lluvia te pega en la cara. Es un golpe de vida que no puede dejarme sin sonreír y más aún si llevas puestas unas “chalitas”

Casi se me va el bus. Cuesta despedirse, pero siempre volveré. Budin del norte con una patita en el sur.